Tienes que ser tú mismo. Es un consejo que solemos dar o recibir cuando alguien se encuentra un tanto cortado, tímido, no sabe bien qué decir o cómo comportarse en una situación que le impide mostrarse natural. Ser uno mismo también refleja un modo de ser o estar en el mundo que implica un cierto grado de libertad y de coherencia entre lo que sentimos, pensamos, decimos y hacemos. Ser uno mismo es un sinónimo de autenticidad, de veracidad, que no siempre es fácil de entender y de llevar a la práctica. Lo entendemos a la primera en “sé tú mismo”. Pero en cuanto nos detenemos unos instantes surgen problemas importantes que necesitamos dilucidar, sobre todo cuando alguien nos contesta “no entiendo lo que quieres decir”. En ese “no entiendo” se esconde una negación que en realidad tiene mucho que ver con el propio consejo; con aquello que nos mueve a decirle a alguien: “sé tú mismo”. Pero algo que en un principio somos capaces de ver en el otro cuando sentimos que se falsea, que no es natural, puede convertirse en una cuestión muy oscura si nos lo dicen a nosotros mismos y si debemos entonces enfrentarnos a nuestra propia inconsistencia.
¿Por qué entendemos con claridad que el otro es o no es él mismo, y sin embargo nos resistimos a reconocerlo cuando nos lo dicen a nosotros? Para responder a esta pregunta, resulta antes más fácil examinar lo que vemos en el otro cuando sostenemos que no es él mismo. Solemos decir tal cosa cuando el otro es una persona conocida y sabemos lo que siente y piensa, antes; pero luego le vemos actuar o dudar sobre cómo debe actuar, le vemos esconderse, no mostrarse, falsearse, con todas las consecuencias que ello comporta. ¿Qué está ocurriendo? El otro está usando un personaje que no refleja su propia realidad interna. Pero entonces, ¿Quién es el otro? ¿El personaje público falseado o el personaje privado más sincero? En la frase “sé tú mismo”, damos por sentado que ese ser uno mismo es ser el personaje privado y más auténtico. ¿Pero entonces utilizamos distintos personajes según el momento? ¿Son todos esos personajes equivalentes?
Esta última pregunta es relevante. Si el otro se niega en rotundo a reconocer que se falsea, resulta muy difícil comunicar con él. Pero en el instante mismo en que el otro reconoce, aún tan solo por un instante, que es verdad, y nos dice “sí, tienes razón”, en ese momento preciso él se está viendo a sí mismo, está viendo su propio personaje. ¿Pero quién es el que le permite verse? ¿Cómo es posible entonces que haya una comunicación entre el otro y nosotros donde ambos estamos viendo que un aspecto amplio del otro es falso y que además podemos coincidir con él en esa visión? Resumamos lo que está ocurriendo: de repente, en el escenario, estamos nosotros mismos, está el otro, pero también aparece el personaje falseado que el otro utiliza y aparece simultáneamente durante la comunicación, una visión compartida que nos permite a ambos tener conciencia de la existencia de un yo más superficial y de un yo más profundo.
Creo que esa mirada más profunda, que además podemos compartir, es quien somos en realidad. Ser uno mismo sería entonces ser fiel a esa mirada más profunda que podemos lanzar sobre el otro, sobre nosotros mismos, y que podemos compartir. El problema fundamental de la psicología y de la psiquiatría es que no distinguen bien entre esas dos miradas. Estas dos ciencias parecen haberse desarrollado sobre todo en el conocimiento del yo falseado, del yo biográfico, narrativo, individual, difícilmente conocible en su intimidad. Ese yo distinto al sé tú mismo sería el objeto de la psicología y de la psicopatología, y no es una casualidad. Intuimos muy bien que cuando le decimos a alguien “sé tú mismo” y nos contesta “no te entiendo”, el otro está inmerso en un problema psicológico que es directamente proporcional a su obstinación. O, dicho de otro modo, cuando nos identificamos y nos superponemos completamente a nuestro personaje falseado, y no dejamos ningún resquicio para vernos globalmente como un proyecto de ficción mal construido, es cuando estamos plenamente tomados por la enfermedad mental. En cambio, cuanto más nos alejamos de ese personaje, cuanto más nos buscamos en nosotros, más vamos liberándonos de lo superfluo.
Tenemos conciencia de ser individuos, eso es cierto. Y nuestra evolución filosófica y cultural ha maximizado la hegemonía de lo personal e individual. Pero lo ha hecho hasta tal extremo, que hemos perdido conciencia clara de ser simultáneamente individuos y seres vivos, y con elementos en común con todos los otros seres sintientes. Cuando nos alzamos ante esta realidad, que nada tiene de metafísico, sino que es tajantemente física, la importancia de nuestra atmósfera psicológica individual adquiere un tamaño diminuto. A la hora de ir al encuentro de nosotros mismos, podemos decidir en qué territorio nos vamos a buscar: en el de los laberintos de nuestra psicología personal e individual, o en la cercanía de lo que hoy en día llamamos universo, al que pertenecemos de pleno derecho y que nos sostiene sin duda alguna.
Si este texto te ha resultado útil, o si crees que puede servirle a alguien que conoces, compártelo en whatsapp o en tu red social preferida. Sólo tienes que hacer clic en uno de los botones. Gracias por tu ayuda.