Cuando queremos ayudar a otra persona a superar una dificultad psicológica, intuitivamente sabemos que el otro debe hacer algún tipo de reflexión interior, de consideración general sobre lo que le ocurre y sobre las causas de ese estado. De manera análoga, también sabemos por experiencia propia, que tenemos la capacidad de superar nuestras propias dificultades cuando nos detenemos a reflexionar sobre lo que nos ocurre. Cierto es que tenemos mejor perspectiva sobre el otro que sobre nosotros mismos, como si nuestra mirada interior estuviese impedida u oscurecida, y por ello recurrimos al consejo de nuestros amigos y de las personas que nos quieren, para que nos ayuden a comprender lo que nos sucede. Así es como los seres humanos nos venimos ayudando mutuamente, posiblemente desde que nuestros ancestros empiezan a dotarse de cierta complejidad individual y cultural, y empezamos también a disponer de autoconciencia.
Esta cuestión tan simple y tan característica de nuestra especie debería ser, a mi modo de ver, aquello que impulsara la psicoterapia, pero no es el caso tristemente. Hemos ido poco a poco tecnificando la ayuda psicológica, profesionalizando algo que venimos realizando alrededor de un fuego desde hace milenios, y convirtiéndola en una disciplina que se puede aprender en un manual. Los manuales y los profesores de esos manuales han ido perdiendo el contacto con lo más esencial de la cuestión que, al principio de estas líneas, parecía del todo evidente. La palabra introspección ha caído en desuso. Preferimos soluciones que puedan aplicarse siguiendo un método concreto, que no implique escuchar profundamente al otro, y que no requieran de nosotros todo aquello que sabemos que podemos dar.
Muchos también creen en el poder sanador de la química, y prefieren tomarse algo que les quite los problemas sin entrar a ver lo que les sucede. La psiquiatría suele excusarse en que el sufrimiento psicológico sucede en el cerebro, que es un órgano como los demás, y que responde a los medicamentos. No quiero minusvalorar la utilidad de los psicofármacos, que utilizo diariamente en la clínica, sino acentuar un hecho obvio y puesto repetidas veces en evidencia, y es que, si el paciente tiene un mínimo grado de autoconciencia (lo que ocurre en la inmensa mayoría de los casos), es siempre mejor hablar con él.
Volvamos de nuevo a lo que ya sabemos todos, aunque pretendamos olvidar: hay que mirarse dentro. ¿Pero qué hay que mirar? ¿Cómo hay que mirar? Podemos mirar hacia un detalle concreto: un acto, una respuesta fuera de tono, una omisión. Podemos darnos cuenta de que no ha sido algo muy correcto por nuestra parte, y podemos tratar de enmendarlo, o de controlarnos para que no nos vuelva a ocurrir. Eso es lo que se nos suele ocurrir en primera instancia. Nos damos cuenta de algo que es molesto o inadecuado y procuramos “educarnos” o “controlarnos”, para que no vuelva a suceder. Pero generalmente, vuelve a suceder. Una y otra vez. Entonces lo que también solemos hacer es tratar de averiguar las causas de ese comportamiento en nuestro aprendizaje durante la infancia y en la influencia que han ejercido nuestros padres y educadores. Este es ya un remanso más amplio de causas, que nos puede sumergir en momentos concretos de nuestra memoria, en donde identificamos, con mayor o menor claridad, posibles orígenes de nuestro comportamiento. Es un universo causal complejo, en donde no faltan los reproches a nuestros educadores. Decimos, por ejemplo: “mi padre hacía esto mismo”, o bien “en casa siempre había discusiones y ahora veo que estoy haciendo lo mismo con mi pareja”, o “me dejaban solo en la oscuridad y desde entonces tengo miedo”. Por lo general, este segundo nivel causal, induce a una mirada interior más profunda que el primero de ellos que veíamos, en donde tan solo tratábamos de controlar o tapar una determinada reacción. En este segundo modo de reflexionar interiormente, lanzamos una mirada a nuestra biografía, a nuestro pasado y nos apoyamos en tales o cuales recuerdos para hallar la filiación, el origen de nuestros comportamientos.
Tanto en la primera mirada, más superficial, más de “salir del paso”, como en esta otra más interior y más relacionada con nuestras propias experiencias, nos vemos circunscritos al entorno de nuestro yo, de nuestra particular psicología individual, que damos por sólidamente real. Yo soy el individuo que da estas respuestas, y, o bien trato de controlarlas, o bien trato de relacionarlas con mi educación, para así intentar corregirlas o comprenderlas. Pero, aun así, incluso mirando muy adentro de nosotros mismos en los complejos vericuetos de nuestros propios auto-relatos, incluso así, hay ocasiones en que no podemos encontrar solución, ni alivio. Hay algo más profundo, más general aún, que ha entrado en crisis y que no funciona.
Volvamos ahora a la escena de una conversación seria entre dos ancestros nuestros, alrededor de una hoguera. Una de ellos lo está pasando muy mal y está muy perdido. El otro, que es una persona cercana, centrada, y de buen consejo, le escucha profundamente y se da cuenta de que hay algo que va mal en la globalidad de la persona que sufre. No es ya un detalle que pueda pulirse con disciplina, ni una cuestión que se haya adquirido por tal o cual hábito desafortunado. No es eso. Ahora es todo el sistema, toda la propia construcción del sujeto que parece estar funcionando mal. Está sufriendo una crisis y se requiere de una evolución profunda e importante. Se está cuestionando la totalidad de un sujeto, no de aspectos parciales. Vamos a detenernos en esta imagen.
Tenemos la capacidad de ver al otro en su globalidad. Pero también, si el otro está receptivo, tenemos la capacidad de hacerle ver que hay algo muy general en su sistema psicológico individual que no funciona bien. Es posible establecer un diálogo desde un lugar, desde un territorio, en donde el yo biográfico y psicológico, ese yo con el que nos identificamos como si fuese algo ineludible, puede observarse como algo externo. Podemos verlo en el otro, cuando comprendemos que hay algo que no funciona en él y que afecta a su globalidad. Y no solo podemos verlo nosotros, sino que en ocasiones es posible que el otro también lo vea de sí mismo. Nos convertimos en observadores, en testigos, de la globalidad del sujeto. Operamos entonces como meros testigos no implicados. Salimos de la atracción que ejerce sobre nosotros nuestro yo psicológico, con todas sus cadenas y memorias, y nos colocamos en un espacio en donde ese yo psicológico puede observarse. Hay un “yo” que observa y otro “yo” que es observado. Estamos alzando la mirada hacia nosotros mismos y también hacia el otro desde un lugar que es distinto al territorio en donde se escenifica el drama de nuestras vidas. Nos estamos viendo, a la par que estamos viendo al otro. Esta mirada elevada se puede compartir, podemos hablar de ella.
Pero entonces, ¿quiénes somos nosotros en realidad? ¿somos ese “yo” que observamos, o somos el “yo” que observa? Hay veces en que esta pregunta no puede contestarse sin dudar, porque estamos muy adheridos al “yo” observado. Pero si planteamos la pregunta de otro modo y decimos: ¿cuál de los dos “yoes” puede suprimirse? ¿cuál de los dos puede subsistir en ausencia del otro?, entonces podemos entender que el observador, el testigo, está y ha estado siempre presente en nuestras vidas. El otro “yo psicológico”, el que vive perdido, el que se busca en sus recuerdos, es tan solo un personaje de ficción que oculta a nuestro “yo” más profundo que está siempre presente, y que nos comunica y conecta a la vez con nuestro interior y con nuestro exterior.
Cuando giramos la mirada hacia nuestro interior, podemos llegar muy hondo o nos podemos detener en capas superficiales. Podemos mirar simplemente pequeños detalles de nuestros estados y comportamientos. Podemos adentrarnos más en el universo causal psicológico de nuestro propio personaje, pero es como entrar en un laberinto sin salida. O bien podemos alzar aún más la mirada sobre nosotros mismos y colocarnos como testigos de nuestras propias existencias. En esta última mirada, reside, creo, la posibilidad de liberarnos de nuestro propio sufrimiento y de aumentar el alcance con la que comunicamos con el resto del mundo.
Si este texto te ha resultado útil, o si crees que puede servirle a alguien que conoces, compártelo en whatsapp o en tu red social preferida. Sólo tienes que hacer clic en uno de los botones. Gracias por tu ayuda.
Me gustaría imprimir solamente los textos. ¿Es posible?