Las formas de vida que conocemos están basadas en un ladrillo, en una pieza fundamental, que es el átomo de carbono. De igual modo, la información genética, es decir, aquella información que contiene lo necesario, según entendemos científicamente, para reproducir a un ser vivo, también se basa en la química del carbono. Cuando los arqueólogos descubren en los restos de nuestros antepasados o de otras especies que se ha podido conservar el código genético, son capaces entonces de reconstruir muchas de sus características. Los genes son conjuntos formados por piezas basadas en carbono que se ordenan de una manera muy específica, para “escribir” el código genético. Por ejemplo, deducimos que los Neandertales, unos homínidos que se extinguieron hace unos 40000 años, tenían un lenguaje desarrollado porque hemos identificado en sus restos un gen que da lugar al lenguaje complejo.
El código genético sirve para establecer nuestros parentescos, nuestros orígenes geográficos y raciales, y para identificar a individuos y características con mucha precisión. La manipulación del código genético permite y permitirá curar enfermedades incurables y ya somos capaces de modificar ese código en un feto en gestación. El código genético es el mapa de un ser, la síntesis química que contiene un sinfín de características que luego podrán expresarse o no. No cabe duda que podremos, como en Parque Jurásico, dar vida a seres que poblaron la tierra hace millones de años, reconstruyendo o remasterizando su código genético. Tiempo al tiempo, y podremos charlar con Neandertales.
Los más materialistas no creen en Dios, sino en la evolución azarosa e intencionada, que va lentamente construyendo seres complejos que vierten su aprendizaje en su dotación genética, para así poderlo transmitir y poder evolucionar.
Así están puestas las cosas. Poner en duda hoy en día la solvencia y la realidad contundente del código genético como último bastión de lo que somos resulta muy difícil en los medios científicos. No sabemos pensar en otro tipo de soporte para la información que permita la vida. Hoy en día, más allá de la genética no hay nada más que creencias religiosas. Pero lo peor de todo no es que desconozcamos otros soportes posibles, sino que cualquier sugerencia es mal tolerada por la comunidad científica. Sin embargo, para que una teoría sea considerada científica, convenimos que debe ser falseable, es decir, que debemos poder conocer sus límites y debemos poder sostener que se trata tan solo de una verdad pasajera, que con los años o siglos podrá cambiar sustancialmente. Pero hay algo casi dogmático en la defensa del código genético que impide imaginar otras posibilidades. Para desbloquear esa verdad científica convertida en dogma, propongo la siguiente entelequia.
Como anunciábamos al principio, la vida tal y como la conocemos se basa en la química del carbono. No nos resulta chocante pensar que en un futuro podamos descubrir otros nuevos átomos, capaces de suministrar la estabilidad química necesaria para soportar una información genética y dar lugar a la vida. Este sería un proceso similar a lo que conocemos, con dotación genética y seres que se derivan de ese legado, pero basado en la química de un compuesto que no hemos descubierto aún. Algo sucede en nuestra mente que nos permite admitir que la vida pudiera expresarse en otras áreas del universo con componentes distintos. Sería vida también, con sus procesos de nacimiento y muerte, sus necesidades de consumo y producción de energía y su capacidad de replicación y evolución, pero que utilizaría otro tipo de ladrillo distinto al carbono. Eso lo podemos llegar a admitir sin demasiado rechazo, tal vez porque sabemos más sobre la vida de lo que parece a simple vista. Admitiendo pues que la vida pudiera expresarse en el universo con otros átomos básicos que no fueran el carbono, cabe ahora reformular la pregunta que se esconde en este texto: ¿en qué lugar se inscribe la información que es capaz de dar lugar a formas de vida tan diferentes? Si estamos admitiendo, sin demasiadas reticencias, que puede haber vida con otros componentes, entonces ¿dónde está conservada esa información más densa que permite que la vida se forme de maneras distintas?
No me puedo conformar con dogmas divinos, porque si lo hago, dejo de descubrir. No quiero situar la respuesta en la metafísica, sino en la física. Creo que deben existir formas mucho más densas que el código genético para conservar la información. Tal vez necesitemos también reconsiderar el concepto mismo de información, que hoy en día tiene fuertes connotaciones cibernéticas, y escalarlo a un lugar más abstracto, aunque no pueda escribirse directamente. Tal vez podamos considerar que aquello que contiene información también puede ser sutil y contundente, como una mirada o una atmósfera. ¿Qué es eso que flota ahí y es anterior a la vida? Lo pregunto en serio. Pensar en ello no como algo metafísico sino como una realidad física por descubrir es el primer paso para ver más allá de nuestros límites.
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