“No existe el placer allí donde no existe más que él”
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)

Al igual que les ocurre a las mariposas con la llama de una vela, los seres humanos sentimos una atracción por ese fuego fatuo que a veces es el placer. El problema viene cuando no sabemos poner la distancia suficiente y nos quemamos.

Lo vedado, lo prohibido, el tabú. El placer puede estar situado en el precipicio de la destrucción. Y esa cosa salvaje, animal, puede hacernos perder la noción de la realidad, y dejarnos mover por el gozo sin ver nada más allá.

A veces buscamos un placer que es destructivo. Hay una atracción en lo salvaje que nos arrastra. Es el deseo de superponer una capa de excitación sobre la realidad, buscar más intensidad, ir más y más lejos. Aparece la idea de que esa intensidad solo se puede obtener a través del exceso y no de ninguna otra manera. Nos atrae como un veneno adictivo y además pensamos que es la sal de la vida y que vale la pena correr el riesgo para experimentarlo. Pero quizás no tiene que ser así necesariamente.

Una mariposa, cuando se acerca a la vela, no va buscando la muerte. Ella se imagina que va a tocar algo bello, luminoso y cálido, pero finalmente no es lo que encuentra. Lo que halla es un súbito fogonazo ardiente que, finalmente, le achicharra. De la misma manera, en el exceso queremos encontrar placer, diversión, calidez o, incluso, felicidad. Sin embargo, las consecuencias de nuestro desenfreno acaban por quemarnos y de muy diversas maneras, como el daño que hacemos a las personas que nos rodean, los perjuicios que podamos estar provocando para nuestra salud, la culpa de ser veladamente conscientes de que ese no es el camino que queremos recorrer, quizás malas decisiones tomadas en la vorágine, el abandono de nuestras responsabilidades, e incluso la pérdida de contacto con lo real.

Parece que estos fogonazos nos atrapan una y otra vez, buscando su consumación, perdiendo la conciencia de todo lo demás que nos ofrece la vida. La carrera en pos de la consumación del placer nos hace perder pie. Significa meterse en un agujero negro en el espacio donde sabes que vas a desaparecer.

Pero… ¿acaso ese placer es real? Quizás en el momento lo parezca, pero no puedes tomar solo una cara de la moneda. Todas las monedas tienen dos caras, y cuando sostenemos en la mano la cara del placer, también está presente, en ese mismo momento, la cara del sufrimiento.

La mariposa no encuentra el calor de la vela de forma sostenida, se achicharra. ¡Pero qué bonito sería tenerlo permanentemente! Es decir, hacer que la vida fuera sostenidamente bella. Después de habernos quemado muchas veces, y llegando a la madurez, empezamos a vislumbrar los tonos intermedios, las tonalidades más pequeñas y sutiles de las luces y las sombras. Descubrimos lo pequeño, comprendemos que un minuto contiene el infinito, que en cada cosita reside todo, que no hace falta ir mucho más lejos. Aprendemos cómo quedándonos más cerca se nos revelan muchos más matices. Descubrimos, en definitiva, la intensidad de vivir sin morir por ello.

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