Los humanos podemos evolucionar hasta momentos antes de nuestra muerte. No existe ninguna edad en la que todo esté resuelto o en la que ya sea imposible evolucionar. Si las facultades mentales están conservadas, podemos aprender y podemos modificar nuestras conductas y puntos de vista a cualquier edad. Al igual que vemos crecer a un niño para convertirse luego en joven y en adulto, el adulto a su vez tiene la capacidad de seguir creciendo. Cuando decimos “Es que él es así, y a la edad que tiene ya no va a cambiar”, nos equivocamos. Basta con que las circunstancias vitales cambien drásticamente para que se produzca una crisis en cualquiera de nosotros que nos obligue a adaptarnos de nuevo. Esa es nuestra realidad psíquica. En el fondo, nada de lo que conocemos se mantiene inmóvil. La naturaleza misma está en perpetuo cambio y nuestro psiquismo forma también parte de esa misma naturaleza. ¿Pero por qué razón no nos enseñan, desde pequeños, a conocernos mejor, a ser conscientes de nuestros cambios, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, y en definitiva a darnos cuenta de que tenemos la capacidad de modificarnos a nosotros mismos? 

Me llama la atención que la enseñanza actual esté prácticamente monopolizada por la adquisición de conocimientos estructurados y estandarizados en grandes ejes como las ciencias, las letras o las técnicas, y que el estudio de nuestra propia psicología esté casi ausente de toda escolarización. Lanzamos al mundo jóvenes aparentemente formados, pero que ignoran lo que significa conocerse a uno mismo. Las antiguas escuelas griegas de pensamiento versaban, de forma más o menos directa, sobre el autoconocimiento. Muchos filósofos de la india, remotos o contemporáneos, como Muktananda, hablan de la “ciencia del autoconocimiento”. Estos temas han ido paulatinamente desapareciendo de los estudios, o derivando hacia formaciones religiosas o cívicas que poco a poco han sepultado la palmaria realidad de que nuestra complejidad psicológica bien merece una atención, pues de ella dependerá la actitud y el talante que finalmente desarrollemos en la vida. Pero lo que es más importante aún: la verdadera riqueza de un ser humano reside en su interior, en aquello que ni tan solo la muerte puede arrebatarle

Lee buena literatura, medita, habla profundamente, cultívate, ensancha tu conciencia. No te hará ningún daño y te hará más libre.

Si este texto te ha resultado útil, o si crees que puede servirle a alguien que conoces, compártelo en whatsapp o en tu red social preferida. Sólo tienes que hacer clic en uno de los botones. Gracias por tu ayuda.