Sara es una mujer que arrastra un gran sufrimiento psicológico desde hace muchos años. Uno de sus principales problemas es que el miedo le paraliza de tal forma que se siente incapaz de salir de la cama y, cuando lo hace, sufre una fuerte ansiedad.
Sara: A mí me da miedo emprender cualquier cosa. Me da miedo hacer cosas porque las voy a contaminar con mi problema mental. Por ejemplo, si voy a natación voy a contaminar esa actividad diciéndome a mí misma: “tú no puedes con esto”, “estás gordísima”, “mira lo poco que aguantas”, “no vas a conseguir ponerte en forma como te habías propuesto”. Empiezo a minarme la moral, a desalentarme. Entonces, cada día que voy a natación se convierte en un suplicio.
Daniel: ¿Estás yendo a natación ahora?
S: Antes iba. Y eso es lo que he experimentado. Me apunté este mes y he ido dos veces. Me da miedo volver a ir y que la dinámica sea la misma que en ocasiones anteriores.
D: Ahora que en vez de ir, te quedas en tu cama, ¿qué piensas? ¿Es peor: ir o no ir?
S: (Tras unos segundo en silencio, reflexionando) No lo sé…
D: Hombre… si no yendo se arreglara el problema pues ya tendríamos la solución. Pero no se ha arreglado, ¿no es así?
S: No se ha arreglado.
D: Por lo menos yendo, consigues hacer ejercicio físico.
S: Pero así tampoco lo arreglo. El problema está en que cuando voy, empiezo a decirme cosas que son autodestructivas. Eso es muy duro para mí.
D: Te entiendo, como un diálogo interno que te machaca.
S: Eso es.
D: ¿Ese diálogo desaparece cuando te quedas metida en la cama?
S: No, ahí también está presente.
D: Entonces, ¿por qué lo usas como excusa, cuando ese diálogo te acompaña a ti constantemente?
S: Es que va variando y adopta la forma de lo que esté viviendo en ese momento. Si voy a hacer deporte pues me digo que no estoy en forma y que nunca lo voy a estar. Si voy a trabajar, entonces haré mal mi trabajo y me buscaré problemas. Si quedo con mis amigos, se van a aburrir de mí, o haré algo inapropiado. Al final, acabo por no hacer ninguna cosa. Por eso me quedo en la cama.
D: Parece entonces que lo que te pasa no depende de lo que estés haciendo. Depende de ti.
Ante esa situación, parece que tienes dos opciones: o haces cosas a pesar de ese discurso o te dejas vencer por él. Pensemos, ¿hacia dónde te lleva ese discurso?
S: A ningún sitio.
D:¿Y te quita el sufrimiento estar metida en la cama?
S: No.
D: ¿Dónde crees que tienes más probabilidades de evitar ese sufrimiento? ¿En la cama o saliendo de la cama?
S: Me imagino que saliendo de la cama. Pero no lo sé… Cuando salgo lo paso muy mal.
D: Aplica la lógica. ¿Tú qué es lo que quieres? ¿Quedarte en la cama?
S: A mí me gustaría poder ir a natación, ponerme en forma, ir de viaje, pasarlo bien con los amigos.
D: Entonces tendrás que luchar, ¿no? ¿Es que acaso puedes hacer esas cosas desde la cama?
S: Pero es que me parece imposible desconectar de ese discurso que me hace pasarlo tan mal. Es que es algo muy mío.
D: ¿Estás segura de que es algo tuyo? Quizás la cuestión de fondo real es que debes averiguar quién eres tú.
S: No te entiendo. Lo único que sé es que cuando aparece el discurso me lo creo. No lo pongo en tela de juicio.
D: Parece entonces que te abandonas y dejas de luchar. No tienes ninguna buena razón para creer en tus propios pensamientos. ¿Qué obtienes de ese discurso? ¿Hacia dónde te conduce?
S: A estar en la cama.
D: ¿Y qué vida es esa?
S: Una vida de mierda. Pero, ¿cómo consigo apartarlo de mí? Por ejemplo, cuando me pongo a estudiar no me pongo a pensar: “No te escuches, que no es verdad, tú puedes quitarte esto de encima.” Pero para decirse a uno mismo esas cosas hay que creérselas primero. Y yo lo que creo es que soy incapaz de llegar a la meta, de aprobar el exámen.
D: Bien, ¿entonces quedarte en la cama es lo que tú quieres hacer en la vida?
S: No. Eso no me conviene.
D: De acuerdo. Entonces, ¿por qué razón estás en la cama si no te conviene?
S: Porque hay un discurso que me mantiene ahí.
D: ¿Y tú que tienes que ver con ese discurso?
S: Yo me creo que yo soy ese discurso. Es algo propio de mí.
D: Entonces, si tú y tu discurso sois lo mismo, se deduce que te conviene estar en la cama.
S: ¿Qué? No, ¿por qué dices eso?
D: Porque me dices que ese discurso eres tú, y si te dice que estés en la cama porque fuera vas a fracasar, entonces lo que tú te dices es que te conviene estar en la cama en vez de salir a enfrentarte al mundo. Sin embargo, me acabas de decir que no te conviene estar en la cama. No lo entiendo. Hay algo que falla aquí, ¿no crees? ¿Será que ese discurso no eres tú? Porque, ¿quién eres tú? ¿La que quiere salir de la cama o la que quiere quedarse en ella? Elige a una de las dos, porque las dos a la vez no pueden ser.
S: (Se sonríe para sí misma) Pero es que no sé quién es más “yo” de esas dos cosas.
D: ¿Crees que quedándote en la cama lo vas a averiguar o superar?
S: No.
D: ¿Quién sabe eso?
S: Yo.
D: ¿Y quién es “yo”?
S: Mi persona.
D: ¿Y tu persona también es la que te dice que te quedes en la cama?
S: Ese es el problema de fondo. No tengo clara mi identidad. (Sara sonríe. Está empezando a entender la importancia de conocerse a uno mismo)
En este punto, el tono de la conversación da un cambio. Ambos, tanto terapeuta como paciente, hablan con una sonrisa en los labios y se miran con complicidad.
D: ¿Y te conviene no tenerlo claro?
S: No.
D: ¿Qué te conviene?
S: (Vuelve a sonreír, está entendiendo) Saber quién soy.
(Hacen una larga pausa)
D: Entonces, ¿cuál de esos dos “yoes” es más auténtico?
S: El que quiere salir de la cama.
D: Fíjate que hay un “yo” que te ha traído hasta mí en busca de ayuda. Parece que ese “yo” pase inadvertido porque no lo escuchamos en forma de palabras, como el discurso que te mantiene en la cama. Ahora, parece que ese discurso que tanto daño te hace no es auténticamente tuyo, ¿verdad?
S: Pero entonces ¿qué es?
D: Algo que no eres tú. Está en tu mente. ¿Por qué piensas que todo lo que está en tu mente eres tú?
S: Esa es una buena pregunta. No lo sé.
D: Te respondo. Porque nos engaña nuestra propia mente. Piensa, ¿cómo es posible que ese discurso seas tú, cuando no estás de acuerdo con lo que te propone? ¿Cómo puede ser íntimamente tuyo, cuando me dices que no es lo que quieres ni lo que te conviene? ¿Cómo puedes ser tú cuando me has dicho que parece que es más tú la que quiere salir de la cama? Una de los dos es más real que la otra. ¿Qué ocurre si no es real la que dice que te va a ir mal si sales de la cama? ¿Y si en realidad, ese “yo” no fuéramos nosotros, si no tan solo un delirio?
S: Que estaría haciendo el tonto.
D: Quizás es lo que te está ocurriendo.
S: Jajaja.
D: (Ríe) Volvamos a empezar. ¿Tú quieres estar en la cama para siempre? ¿Hacerte vieja en la cama?
S: No. Yo quiero salir de mi casa.
D: ¿Quién está hablando cuando dices eso?
S: Yo creo que lo más profundo mío.
D: Ese yo más más profundo parece algo más animal. Algo más parecido a la pulsión de salir de la jaula, en este caso de la jaula la mental.
S: Sí. Eso es.
D: Parece que has creado y luego has creído a un personaje que convive contigo y que te siembra un millón de dudas; es tan cruel contigo que te deja postrado en la cama. Te hace la vida imposible. Lo peor es que te identificas con ese personaje, crees que eso eres tú.
S: A veces me resulta tan real…
D: Pero quizás hay un “yo” más profundo. ¿Por qué no te buscas en eso que es más profundo? ¿Por qué no vas a su encuentro? ¿Por qué te dejas llevar por tu mente, cuando es tan atroz contigo? Te quedas en la cama por miedo a que tu mente te diga que no vales para nada. Ese no levantarse no se fundamenta en nada que no sea el creerse lo que tu mente te propone, como si de una gran verdad se tratara. ¿Por qué tienes que identificarte con eso?
S: Eso, ¿por qué?
D: Yo creo que una de las razones es que el propio formato del pensamiento hace que nos confundamos. Pensamos en palabras, con una voz. Es difícil no creernos nuestra propia voz, porque resuena en nuestros oídos. Utilizamos las palabras para comunicarnos con los demás, es nuestra interfaz para expresar nuestro “yo” en el mundo. Es también parte de cómo los demás nos alcanzan a nosotros por los sentidos. Es fácil atenderla e identificarse con ella, de la misma manera que identificamos a los demás con sus discursos. Sin embargo, tú no estás constituida por palabras. El “yo” más profundo no nos resuena en los oídos, y olvidamos atenderlo. Fíjate lo poderoso de ese “yo” más profundo, que te ha traído a esta consulta porque estás harta y necesitas una salida de todo esto. Es tan poderoso que te ha empujado a salir de tu cama y buscar ayuda, porque sabes que hay algo que te empuja a estar en la vida, y no quieres renunciar a ello. Bien, esa fuerza, eso tan sutil y a la vez evidente y poderoso, tiene más que ver contigo que todas las frases horribles que te repites. Sin embargo, te has vertebrado en torno a una parte de tu mente en vez de hacerlo con ese “yo” más profundo, más vital, que te dice que no quieres vivir en una cama. Podemos entender que has aprendido, en el seno de tu familia, una cierta manera de estar en el mundo, en la que impera una sensación de fracaso, de miedo y de inseguridades. A raíz de esto, seguramente, se ha puesto en marcha todo un sistema cognitivo, con esos discursos que te repiten que nada vale la pena. Para colmo te crees que tu eres ese personaje destructivo. También parece que ser algo pensado, cognitivo, le confiere una lógica inquebrantable y condición de realidad. ¿Por qué tienes que adherirte a esa parte cognitiva? Date cuenta de que eso sí que depende de ti. Al final hay que darse cuenta de hacia dónde te conduce y bajarse de todo eso. ¿Por qué vas a creer más a lo que te propone la mente que a ese “yo” profundo que te dice que salgas de la cama? ¿Quieres ese futuro para ti? ¿Quieres ese presente?
S: Yo no lo quiero. Me da miedo verme 5 años en la cama.
D: Pues está muy bien que tengas miedo de eso. Porque es de eso de lo que tenemos tener miedo, no de ir a hacer deporte, de quedar con los amigos, de trabajar. No podemos tener miedo de aquello que nos hace libres. Hay que tenerle mucho miedo a lo que nos hace esclavos.
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Cuantas Saras pululuan por este mundo. El traidor miedo hace de las suyas, sabe ofrecer el anhelado cobijo, disfrazado de cama, de artilugios tecnológicos, y, un sin fin de ofertas más para las almas adictas a él.
Difícil y complicado cuando se entra en su zona de confort, hay…tiene el terreno ganado.
Tú,Sara, no estás sola en esta lucha, otras,al igual que tú también lo están y no cejan en su empeño .
Cordiales saludos para el Dr. Huertas ( gran profesional ) y otro para ti.
M.F.C.
Hola Manuela! Gracias por tu comentario.
¡Qué razón tienes! Qué peligroso es el rendirse a los miedos. Si nos doblegamos, estamos perdidos, porque rendirse implica quedarnos en esa zona que pensamos que es segura y quedarnos paralizados, como congelados en el tiempo. Los refugios se nos presentan como cálidas camas, pero esconden un veneno que nos va drenando vida. Y eso, el ser esclavos del «no lo conseguiré» o «me van a hacer daño», y quedarse en el limbo, es lo que más debería asustarnos, pues es, al final, una muerte en vida. Los miedos hay que enfrentarlos, pues es el esconderse de ellos lo que nos saca fuera de la vida. No es valiente el que no tiene miedos, sino el que, teniéndolos, los enfrenta.
¿QUIEN ERES TU?
«El miedo a lo que nos hace esclavos» Qué frase tan estupenda.
Realmente -si pensamos un poquito- tenemos peligro de pequeñas esclavitudes a las que no damos importancia. Una cosa es la rutina y los hábitos, y otra, por ejemplo: no me puedo dormir sin tomar chocolate; el día que no lo tengo me puede entrar «el mono». Veo importante saber prescindir de cosas que me gustan o crean en mí una necesidad.
Adaptarse a las circunstancias: frío, calor, malestar, etc. Dicen que tener al lado a una persona que todo el tiempo se está quejando te resta a ti vitalidad. A esa persona le falta dominio de sí, entiendo yo.
Si es importante que tu te sientas bien, no lo es menos que quien esté a tu lado también lo esté.
Qué acertada te veo, Ángeles, cuando resaltas la importancia de aquellas cosas que te esclavizan. Muchas veces hay que encontrarse a uno mismo a un nivel muy profundo para darse cuenta de aquello que te resta libertad y que te impide desarrollarte. Muchas veces son ideas, viejos hábitos, relaciones de apego o miedos. Yo creo que para estar en calma y encontrar plenitud de manera algo más sostenida, hay que orientarse en la dirección de aquello que nos mueve a un nivel más profundo. En torno a aquello que nos hace sentirnos conectados con la vida y que dota de significado nuestro transcurrir. Pero para ello, primero debemos conocernos a nosotros mismos, para reconocer y atesorar los momentos donde encontramos ese sentimiento y para vencer aquellos condicionamientos, inhibiciones y perezas que nos sabotean.
En cuanto a la queja… te ofrezco una reflexión. La queja se utiliza para realizar una descarga de sentimientos de frustración, tristeza o enfado. Cuando nos quejamos, buscamos el apoyo de los demás, compartir nuestro malestar para aliviarlo. Sin embargo, como bien señalas, puede llegar a ser una estrategia que utilicemos de manera repetitiva y compulsiva. Aunque la queja nos pueda servir de vez en cuando, su exceso puede ser demoledor para la persona. Para empezar, y como bien señalas, ¿quién puede aguantar mucho tiempo al lado de un quejica compulsivo? Normalmente, intentamos ayudar al que se queja, le ofrecemos nuestro soporte e intentamos darle soluciones. Sin embargo, cuando la queja vuelve y vuelve, desgasta y frustra a los que están alrededor, que huyen del halo de negatividad que rodea a esa persona.
Otro perjuicio de la queja es que estamos actualizando dentro de nuestra conciencia un malestar una y otra vez, sumando importancia, tiñendo nuestro prisma de ver el mundo de la injusticia y la frustración que a veces sentimos por lo que nos ocurre. Vamos convirtiendo en un hábito el quejarnos, y como pasa con todo lo que se practica, acabamos siendo buenos en eso, haciéndolo con mucha facilidad ante cualquier cosa. Finalmente, la amargura se hace constantemente presente en nuestra vida, encontrando motivo de queja en cualquier mota de polvo que esté a nuestra vista.
No sé si es dominio lo que le falta a la persona que se queja de manera perpetua, yo creo que le falta consciencia de que la queja, por seductora que sea al ofrecer un alivio inmediato, no es suelo firme donde levantarse, sino arenas movedizas que poco a poco le van hundiendo. Quizás se trate de un aprendizaje que hemos hecho sobre cómo afrontar las dificultades y que nos va matando suavemente, casi sin darnos cuenta.
Por duro que suene, creo que tenemos que elegir como compañeros de en el viaje de la vida a aquellas personas que hagan nuestro equipaje más ligero, que nos señalen aquellos detalles de camino que a veces no podemos ver. Por otra parte, creo que se deben dejar atrás a aquellas personas que nos lastren y que nos inviten a transitar sin despegar la vista de la punta de nuestros zapatos, sin perjuicio de aquellos compañeros que necesiten un empujón en un bache especialmente duro del camino.