Alicia y Daniel tienen una relación estrecha, de muchos años. Ella es una paciente con una enfermedad mental grave, que llegó a Daniel por parte de otro colega psiquiatra. En palabras de Daniel, “el estado en el que llegó es de los más graves que recuerdo en un paciente”. Estaba recluida en su casa, oyendo de forma permanente una voz que la invitaba a irse al otro lado, bajo la promesa de paz y calma. E intentó bastantes veces traspasar esa frontera, pero por suerte ninguna de esas veces fue fructífera. Ahora Alicia está mejor, no deja de sufrir, pero al menos son más las veces en las que se da cuenta que esa voz no pertenece más que a su propia mente. Participa en una asociación y tiene una vida en la que le es posible obtener muchas gratificaciones a pesar de su sufrimiento.
Recientemente Alicia ha publicado un relato en nuestra web, en donde cuenta de forma profunda y figurada su experiencia con la enfermedad. De paso, ha ojeado los contenidos que tenemos allí alojados y algunos de estos no le han parecido correctos o clarificadores. Los trae consigo para que Daniel se los aclare.
Alicia: (Acerca su silla hacia la mesa de Daniel, toma el folio entre sus manos y lee de forma implacable. Se toma muy en serio la tarea de esclarecer aquellas frases que le generan duda.) “El que percibe influye más en la percepción que lo percibido”. No entiendo ese juego de palabras.
Daniel: (Con dulzura.) Pues significa que la misma cosa, vista por varias personas, es distinta.
A.: ¿Esa tontería dice esa frase? (No se nota enfado o agresividad en sus palabras, sino claridad, transparencia.).
D.: Claro. Al percibir la misma cosa, cada uno la interpreta de forma distinta. Por lo tanto, el que percibe influye más que lo percibido. Por ejemplo, cuando percibes un vaso, el sentido que tú le das a esa percepción influye más que la propia percepción del vaso.
La percepción del vaso en sí mismo, que no deja de ser un reflejo en la retina de una figura, sería, en este caso, la misma para todos, pero cada uno de nosotros va a darle un sentido distinto. De tal forma que, al final, lo que estamos viendo no es la realidad, sino lo que nuestra mente nos propone como interpretación de la realidad.
A.: Vale. (No hace pausa, sino que pasa a lo siguiente, de forma tajante.). Otra frase que me genera dudas es “Tu mente te engaña”. Es una frase cortita pero intensa a la vez ¿eh? En mi caso, por ejemplo, sigo oyendo voces. Esas voces me tienen muy desgastada, me cuesta mucho luchar. Estoy luchando, pero no con el depósito lleno, sino en reserva. No sé a dónde va a llegar todo esto, pero yo sigo ahí. Entonces, claro, si “tu mente te engaña”, y me estás diciendo que lo que yo oigo está en mi mente… ¿me está engañando mi mente? Porque si mi mente es mía, ¿cómo voy a estar yo engañándome e imaginándome voces?
D.: Pues porque la mente es un órgano muy complejo y tiene esa capacidad. Por ejemplo, tú puedes entender que puedes tener un riñón estropeado ¿verdad? Un riñón que al no filtrar bien requiere que te hagan una diálisis para que no te mueras. En este caso, el riñón no funciona como debería funcionar, aunque sea tu riñón.
A.: Sí, es cierto.
D.: Es decir, que normalmente eso lo vemos muy claro en los órganos del sistema. Los riñones, el hígado, los pulmones… Pero para la función cerebral no lo vemos tan claro, no somos tan conscientes. Los riñones lo que hacen es filtrar, el hígado es un laboratorio, los pulmones nos aportan el oxígeno… pero la mente es, entre otras cosas, productora de pensamientos. Entonces ¿todos los pensamientos que produce la mente son válidos?
A.: ¿Por qué no van a serlos?
D.: Porque algunos nos hacen daño y nos hacen enfermar. O dicho al revés, cuando somos capaces de no someternos a la tiranía de nuestra mente, estamos en paz. ¿Eres capaz de verlo?
A.: Sí, sí.
D.: Pues entonces, aplícate el cuento (Sonríe.). Imagínate que vives al lado de un vecino que está todo el día de obras en casa. Uno de los albañiles está con un martillo neumático dando golpes y te está molestando. Cuando para, notas mucho la molestia que te produce que esté dando golpes. Y eso es por el contraste entre el ruido y la tranquilidad que sientes cuando para.
A.: Sí, es cierto.
D.: Con la mente pasa algo parecido. A veces nos percatamos de su tiranía cuando se silencia, cuando se detiene. Pero cuando está activa, va haciendo ruido poco a poco. Se va metiendo, provocando cada vez más escándalo, y muchas veces no nos damos cuenta de que eso está sucediendo hasta que el escándalo ya es muy grande.
A.: ¡Eso es! Porque yo no busco tener ese ruido, cuando me vengo a dar cuenta ya está ahí.
D.: Exacto, pero es cuando no está presente cuando sientes calma,, igual que cuando el martillo deja de hacer ruído. Es ahí cuando te das cuenta de lo molesto que eso era.
A.: También es verdad…
D.: Además, en tu caso, el ruido de la mente es especialmente molesto. Si las voces al menos estuvieran cantando una sonata de Bach, no estaría tan mal ¿no? (Se ríe.).
A.: Sí, tendría su gracia…
(Daniel y Alicia se ríen unos segundos, recreándose en lo absurdo de la situación planteada. Estos momentos de respiro, de ridiculizar algo que le hace sufrir tanto, sirven para tomar distancia y tomarse un poco menos en serio lo que parece una realidad incuestionable.).
D.: Pero no es exactamente así, sino que las voces son bastante molestas para ti. Por tanto, podemos pensar que tu mente está haciendo una actividad que a ti te hace daño y en tu caso esa actividad llega a tener un realismo brutal. Además, es un realismo individual, ya que sólo las oyes tú. Y eso llega a estar muy amplificado. Tanto que para ti se confunde con lo real, se solapa con lo real. Sólo en los ratitos de tranquilidad puedes darte cuenta de que no es real.
A.: ¿Y yo tengo menos tiempo de paz que cualquier persona normal y corriente?
(Daniel hace una pausa. La pregunta es potente y parece nacer de la sensación de aislamiento que puede sentir Alicia con respecto al resto de la sociedad. Solemos mirar a los enfermos mentales con recelo y desconocimiento, pero ellos también nos miran y se preguntan qué es vivir desde eso que llaman normalidad.).
D.: No lo creo. Quien invierte en bolsa no duerme por las noches, el que tiene un negocio y no llega a final de mes está nervioso, la que no encuentra trabajo también tiene lo suyo… No sé si existe realmente un peso para el sufrimiento. No creo que podamos cuantificar y comparar el sufrimiento. Pero, honestamente, pienso que tienes momentos muy felices. Momentos de contacto con la vida muy buenos. Lo que pasa es que estos momentos se alternan con momentos que son muy sombríos y que asustan mucho.
A.: (Con un tono lastimero.) Es que los momentos malos se ponen encima de los buenos.
D.: Sí es cierto, se ponen encima.
A.: Y aunque yo intente conscientemente decirme “quédate con lo bueno, lo malo ya da igual”, me cuesta tanto trabajo… (Con amargura.)
D.: Pero no creo que por esa vía puedas conseguirlo. En cuanto establecemos la diferencia entre bueno y malo, estamos haciendo un corte por algún sitio. Porque no hay ni bueno ni malo, lo que hay es lo que hay. Yo creo que es más sabio poder ver las cosas tal y como son, sin que las juzguemos tanto.
A.: Cierto, cierto.
D.: Estamos intentando clasificar constantemente todo aquello que nos llega entre bueno y malo, conveniente e inconveniente… Es mejor tomar las cosas como son y conseguir de esa forma un poco de paz.
A.: Pero me cuesta tanto… me es inevitable…
D.: No, no es cierto. Quiero decir, por un lado sí, es inevitable, pero a la vez es evitable (Sonríe.). No podemos evitar que lo malo tenga el poder de afectarnos, pero sí podemos aprender a no caer en sus garras y no dejarnos llevar por ese dolor. A veces insistimos mucho, nos machacamos mucho. Y realmente podemos luchar para no sucumbir, para no entrar al trapo de lo que nos martillea.
A.: (Con una mezcla de rabia y tristeza.) Es que consiguen hasta hacerme llorar… es tan demoledor…
D.: Sí, lo es. En ese sentido no es distinto lo que te pasa a ti a lo que le pasa a las otras personas. Cada uno tiene su laberinto, su preocupación. Nadie está libre de estar preso de su mente.
A.: Pero, si ya sé lo que hay y en qué consiste, ¿cómo puedo coger el camino de vuelta para parar ya, para decir “¡basta ya!”?
D.: Yo creo que es algo más sutil. Es ir quitando velos poco a poco. Ir tomando conciencia progresivamente, lentamente. Un día, otro día, otro día… No creo que podamos despertar de golpe, como si una fuerza extraña nos activara un resorte desconocido. Lo mismo es posible, pero yo no me lo acabo de creer. Sin embargo, sí estoy seguro de que, poco a poco, uno puede ir pacificándose. (Hace una pausa.) De la misma manera te digo que todos podemos ir liándonos con nosotros mismos y amargarnos la vida Según los senderos que cojas puedes hacerte la vida más simple o más compleja. Todos tenemos intuición de que te puedes envenenar con la vida, y luego no vale quejarse y decir “estoy envenenado”, porque te has envenenado tú solo.
A.: (Con sorna.) Te has “hartao” de veneno…
(Daniel estalla en una carcajada. Se ríen cómplices, entendiendo que de lo que hablan es algo que todos intuimos y conocemos.)
A.: Pero ese es un camino muy largo ¿no?
D.: Más que largo o corto, creo que es un camino permanente, que sabes cuando empieza pero no cuando acaba Es un camino que exige de nuestra atención, porque con mucha facilidad nos envenenamos la vida. Y es muy fácil envenenarse, pero muy difícil desenvenenarse. Si no haces nada, si no te esfuerzas, te envenenas rápidamente. Ahora bien, para mantenerse medianamente en calma… hay que proponérselo.
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Distintas realidades ,una realidad en la que confluimos todos; orates o no orates. Depende el papel que nos haya tocado en suerte ¿…? interpretar, así nos irá. Todo es cuestión de tiempo, y…capital para sustentarlo. End point.