Somos marineros que navegan sobre un velero por el océano de la vida. Hay veces en que soplarán fuertes rachas de viento, las olas serán altas y la lluvia llenará de agua nuestra cubierta. Nos sentiremos náufragos en esos días de tormenta, temerosos de que nuestro barco se hunda en el fondo del mar. Pero si bien es cierto que no tenemos poder sobre el viento, sobre las corrientes marinas o sobre las inclemencias meteorológicas, seguimos pudiendo ser los capitanes de nuestro navío. No estamos condenados.

No es habitual que nos enseñen a manejar nuestro barco. La manera de educarnos tiene más que ver con saber a qué generación pertenece tal poeta que a compartir lo que sus palabras han conmovido dentro de nosotros. Nos indican que lo importante es lo que ocurre “en el mundo de fuera”, lo que puede cuantificarse; en cambio lo subjetivo, el interior, no suele ser digno de nuestra atención. Quizás el problema no sea que carezca de importancia sino que, simplemente no sabemos cómo acercarnos a él. Nos resulta difícil y lo dejamos en el olvido, como un problema sin solución. Pero es muy importante, pues mientras estemos mirando por el catalejos e intentando controlar lo incontrolable, no podremos mirar el barco que tenemos al alcance de los dedos, y que es nuestro interior.

Si solo aprendemos a guiarnos por lo externo, corremos el riesgo de convertirnos en sujetos simplemente reactivos. Esto implica que nuestras emociones y el mundo interior dependerán de aquello que ocurra en “el mundo fuera de nosotros”. Los sentimientos vendrán controlados por los eventos que acontezcan, sin una mediación ni elaboración, como si fuésemos máquinas que reaccionan al pulsar un botón. En esa visión del mundo, para lidiar con lo que nos pasa tendrán que producirse cambios “fuera de nosotros”. Para estar bien nos tienen que ocurrir cosas buenas, el día debe ser soleado y la mar estar en calma. Pero, ¿es esto cierto? ¿acaso estamos condenados a ser esclavos de nuestras circunstancias? ¿y si se acerca la tormenta? Pretender controlar lo que ocurre fuera de nosotros es como querer alejar las nubes negras en el horizonte a fuerza de nuestros soplidos o querer parar la lluvia con nuestra fuerza de voluntad. Esta actitud nos haría naufragar pues olvidamos nuestro verdadero papel en la embarcación: ser capitanes de nuestro navío. Realizar cambios desde el interior.

Nuestro barco se tambaleará y zozobrará, pues es cierto que nos alcanza la tormenta muchas veces. Pero, si miramos hacia el lugar adecuado, podremos manejar las velas para ir a favor del viento, achicar el agua y manejar el timón. No podemos depender siempre de que las tormentas pasen ni querer apaciguarlas inútilmente. Incluso en los días de calma debemos saber cómo reparar nuestro barco, tapar nuestras fugas si el velero está dañado.

La actitud que tengamos sobre lo que nos ocurre, el dirigir nuestra mirada hacia lo importante, saber que la vida está en cada segundo que experimentas, en cada respiración que exhalas, son las primeras lecciones para aprender el arte de la navegación por la vida. Hay veces que nos olvidamos del inmenso regalo que tenemos por estar vivos. La vida no es un valle de sufrimiento, ni un estado de aletargamiento entre placeres. No esperes a los días con viento a favor para salir del puerto. No te canses y navega, llueva o truene, hazte el capitán que navega con maestría.

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